Escuchar

Propuesta de lectio divina para ahondar en el arte de la escucha, en esta primera etapa de elaboración del Plan Pastoral Diocesano.

STATIO

Oración inicial

Hacemos silencio exterior e interior. Nos ponemos en la presencia del Señor, contemplando. Todos juntos invocamos al Espíritu Santo para que nos ilumine y permita escuchar el mensaje que Dios nos quiere dar a través de su Palabra.

Escuchamos la Palabra

Invoquemos, queridos hermanos, al Espíritu Santo para que, al igual que en la Virgen María, la Palabra de Dios, que hoy vamos a meditar, se pueda hacer vida en cada uno de nosotros.

Oh Espíritu Santo,
Amor del Padre y del Hijo,
Inspírame siempre lo que debo pensar, lo que debo decir,
cómo debo decirlo,
lo que debo callar,
cómo debo actuar,
lo que debo hacer,
para gloria de Dios,
bien de las almas
y mi propia santificación.

Espíritu Santo,
dame agudeza
para entender,
capacidad para retener,
método y facultad para aprender, sutileza para interpretar,
gracia y eficacia para hablar. Dame acierto al empezar dirección al progresar
y perfección al acabar.

Amén.

 

LECTIO

Lee, Dios te habla

Un lector proclama con atención la Palabra

Dejar un espacio de silencio para preguntarse ¿qué dice el texto? Quizás una lectura personal más sosegada nos permitirá fijarnos en todos los detalles: personas, circunstancias, actitudes, lugares, expresiones…

De la Profecía de Ezequiel 37,1-14

¹La mano del Señor se posó sobre mí. El Señor me sacó en espíritu y me colocó en medio de un valle todo lleno de huesos. ²Me hizo dar vueltas y vueltas en torno a ellos: eran muchísimos en el valle y estaban completamente secos. ³Me preguntó: «Hijo de hombre: ¿podrán revivir estos huesos?». Yo respondí: «Señor, Dios mío, tú lo sabes». 4Él me dijo: «Pronuncia un oráculo sobre estos huesos y diles: “¡Huesos secos, escuchad la palabra del Señor! 5Esto dice el Señor Dios a estos huesos: Yo mismo infundiré espíritu sobre vosotros y viviréis. 6Pondré sobre vosotros los tendones, haré crecer la carne, extenderé sobre ella la piel, os infundiré espíritu y viviréis. Y comprenderéis que yo soy el Señor”». 7 profeticé como me había ordenado, y mientras hablaba se oyó un estruendo y los huesos se unieron entre sí. 8Vi sobre ellos los tendones, la carne había crecido y la piel la recubría; pero no tenían espíritu. 9Entonces me dijo: «Conjura al espíritu, conjúralo, hijo de hombre, y di al espíritu: “Esto dice el Señor Dios: ven de los cuatro vientos, espíritu, y sopla sobre estos muertos para que vivan”». 10Yo profeticé como me había ordenado; vino sobre ellos el espíritu y revivieron y se pusieron en pie. Era una multitud innumerable. 11Y me dijo: «Hijo de hombre, estos huesos son la entera casa de Israel, que dice: “Se han secado nuestros huesos, se ha desvanecido nuestra esperanza, ha perecido, estamos perdidos”. 12Por eso profetiza y diles: “Esto dice el Señor Dios: Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os sacaré de ellos, pueblo mío, y os llevaré a la tierra de Israel. 13Y cuando abra vuestros sepulcros y os saque de ellos, pueblo mío, comprenderéis que soy el Señor. 14Pondré mi espíritu en vosotros y viviréis; os estableceré en vuestra tierra y comprenderéis que yo, el Señor, lo digo y lo hago” —oráculo del Señor—».

 

MEDITATIO

Medita, tú le preguntas: ¿Qué dice de mí y de mi diócesis este texto?

Tras un momento de silencio, un monitor o varios lectores pueden ir acompañando la reflexión personal sobre la Palabra sirviéndose de este texto. Las preguntas que se indican pueden ayudar a descender a nuestra vida desde la escena apenas contemplada

1. Ezequiel ha tenido la visión de unos huesos secos e informes que toman carne, se organizan y reviven. El pueblo de Dios está desterrado en Babilonia, tumba de los pueblos, lejos de la tierra y la relación con Dios que daban sentido a su historia. Es un pueblo sin libertad y sin vida propia: un pueblo muerto y sin destino. En esta circunstancia se hace presente la promesa de Dios: él apartará la losa de esa tumba para que el pueblo se levante, se organice y camine vitalizado por el Espíritu del Señor. Será una nueva liberación histórica, un nuevo éxodo, una nueva elección.

2. El texto guarda relación con nuestra realidad como diócesis en el pesimismo con el que a veces nos situamos ante la pastoral: Iglesias con cada vez menos gente y casi todas personas mayores; pueblos vaciados; curas mayores y aparentemente insuficientes para cubrir todas las necesidades pastorales; jóvenes ajenos a la Iglesia; desconcierto e incertidumbre ante los retos que nos plantea el mundo y la sociedad; pobreza, cansancio, desesperanza… «Un valle todo lleno de huesos». En tu entorno, en la realidad en la que vives, en tu propio interior, ¿qué situaciones concretas puedes identificar con los huesos secos que vio Ezequiel?

3. Y, sin embargo, en el centro del relato encontramos una pregunta aparentemente absurda que Dios mismo plantea al profeta: «Hijo de hombre: «¿podrán revivir estos huesos?». Ezequiel ofrece una respuesta discreta y llena de confianza: «Señor, Dios mío, tú lo sabes», es decir: «Señor Dios, tú puedes hacerlo todo. Así que, si es tu voluntad, estos huesos revivirán». No es una respuesta desde la sociología ni desde la estadística, sino una respuesta que brota de la fe en un Dios que lo puede todo y de cuya voluntad todo depende. Los creyentes siempre miramos a la realidad en clave de fe. No basta, frente al pesimismo, con mirar también la parte positiva de lo que vivimos. Los creyentes no somos positivos ni negativos. Somos creyentes, con la esperanza puesta en el Dios de la historia. Por eso, resulta necesario que nosotros sepamos mirar con los ojos de Dios, que siempre ve vida, incluso en medio de las situaciones de muerte. ¿Qué signos percibes en nuestra Iglesia diocesana de que miramos a la realidad en clave de fe? ¿A la hora de planificar la pastoral, lo hacemos contando con Dios desde un discernimiento de lo que Él desea de nosotros como Iglesia?

4. Entonces le ordena el Señor a Ezequiel profetizar sobre los huesos. Aquellos huesos secos deben “oír” ahora la Palabra de Dios a través del profeta y “saber” que sólo el Señor es Dios. Parece toda una ironía. ¿Cómo dedicar todos los esfuerzos en predicar a un conjunto de muertos? ¿No es una pérdida de tiempo? Aún así, esta es la orden que da el Señor: profetizar a los huesos secos. ¿Qué “ironías del Señor” descubres tú en tu tarea pastoral?

5. Ezequiel ejecuta la orden del Señor anunciando el mensaje que le había pedido. La Palabra de Dios se hace inmediatamente realidad, como en la creación. Los huesos se ponen rápidamente en movimiento produciendo un gran estruendo, se recomponen, se revisten de tendones y de piel adquiriendo forma humana. Sin embargo, les falta el espíritu, el principio de vida. No es suficiente con que posean tendones, carne y piel. En la vida de la Iglesia tampoco son suficientes los proyectos, los planes y las estructuras. No es suficiente la voluntad y el querer “hacer cosas”. Ezequiel recibe otra orden: tiene que profetizar al espíritu para que dé vida a los cuerpos. “Esto dice el Señor Dios: ven de los cuatro vientos, espíritu, y sopla sobre estos muertos para que vivan”. Sólo el espíritu puede hacer pasar a los huesos de la muerte a la vida. El Espíritu es el principio vital del que brota la vida. ¿Qué papel crees que tiene la vida espiritual en el proceso de conversión pastoral de la diócesis? ¿De qué manera ves reflejado en nuestra realidad pastoral que la oración, la escucha de la Palabra… es decir, la vida espiritual, tiene un papel esencial? 

6. Viene después la explicación de la visión, y es el mismo Señor quien la da explícitamente: los huesos son los exiliados, privados de vida y esperanza. El Señor los llama con ternura “pueblo mío” y, frente a su desconfianza, les asegura que llevará a cabo el prodigio de su restauración. A la imagen de los huesos vueltos a la vida se añaden otras para reforzar aún más el poder del Dios de la vida: “Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os sacaré de ellos”. Hasta en las situaciones de muerte más desesperadas puede hacer nacer el Señor nueva vida. Al final, es el Señor mismo quien da la respuesta a la pregunta planteada al profeta: “¿podrán revivir estos huesos?”. Sí, “lo digo y lo hago”. ¿Por qué la falta de esperanza en que la realidad puede ser transformada resulta una expresión de la falta de fe en Dios? ¿Cómo superar el inmovilismo del “siempre ha sido así” y la desesperanza que bloquea?

 

ORATIO

Ora, tú le imploras

Comienza un momento amplio de silencio en el que dialogar con Dios a través de la Palabra escuchada y meditada.

¿Qué me hace decirle a Dios este texto? Dirígete directamente a Aquel cuya Palabra has escuchado y acogido en tu corazón. Deja que brote la súplica, la alabanza, la intercesión, la acción de gracias…

Sentirás que tu oración no se cierra en los límites de una relación exclusiva con Dios. Acoge la realidad eclesial, la vida del mundo. Sus anhelos son también los tuyos.

 

CONTEMPLATIO

Contempla, Dios te mira

Seguimos en silencio. Sin olvidarnos de los detalles del texto, ahora nos abandonamos a la mirada de Dios, para distinguir y discernir cuál la Voluntad de Dios.

Acepta la mirada del Dios que te ama. Acepta que te entregue nuevos ojos para mirar al ser humano, al mundo, para verle a Él y conocer su voluntad. 

En este momento no hay pregunta. Se trata de permanecer en calma ante Dios, consentir en ser mirados, quedando abrazados a la Palabra que nos salva.

 

ACTIO

Comprométete, Dios te envía

Llega el momento del compromiso. Valorar la oportunidad de compartir los frutos de la Palabra en diálogo con los hermanos.

¿Qué compromiso me sugiere el texto? La luz recibida del Espíritu y la fortaleza de la Palabra te enseñarán a contemplar las cosas desde Dios y a acoger en la vida lo que es conforme al Evangelio de Jesús.

Dios Padre te necesita como carta viva escrita por Cristo y dirigida a sus hermanos. Cuenta contigo para llevar a cabo el proceso de transformación que su Palabra está provocando en el interior de la historia.

 

CONCLUSIÓN

Comprométete, Dios te envía

Llega el momento del compromiso. Valorar la oportunidad de compartir los frutos de la Palabra en diálogo con los hermanos.

Gracias, Señor, porque al leer y orar con tu Palabra nos invitas a seguirte con fidelidad. Tu mensaje ha dejado huella en nuestra mente y en nuestro corazón.

Fortalecidos por tu luz, nos disponemos a hacer realidad cuanto tu Espíritu nos ha hecho comprender. Ahora, Señor, estamos preparados para vivir según tu voluntad.

Que tu Santa Madre, la Virgen María, Madre también de todos nosotros, sea nuestra estrella y guía en la misión de anunciar hasta el fin de los siglos la Buena Nueva a toda la creación.

Amén.